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De pequeña, imaginaba este momento como un final.
Y no es que no lo sea: lo es, pero parsimoniosamente y sin estruendo, con esa suave dilución de la acuarela, unos jirones de barrilete que se destiñen entre los restos de un aguacero, un fuego que se asfixia, menguando sin aliento, repentino fantasma.
Hay una brecha entre esos dos instantes que sólo yo soy capaz de percibir. Tal vez en ella exista mi único secreto frente al mundo, mi única porción de soledad verdadera, esa revancha.
Comienzo a odiar el invierno, esta crudeza inútil, las oquedades de corteza en la esterilidad de cada árbol.
Recuento: la luz tan tibia, la calidez embriagadora de aquel remoto atardecer, ese consuelo a deshora, cuando ya no lo esperas.
Y un manojo de pensamientos ajenos que, sorpresivamente, se acoplan a los tuyos, como un regalo inesperado, bendito, que te devuelve sana y salva a este lugar de siempre, la tierra compartida, la realidad intacta.

* * *

Upd de dos semanas más tarde, leyendo esto, haciendo otras cosas, sin ganas de (o de las puras ganas de re-decir, y entenderme en el trance -o manifiesto por la abolición de los signos de inexpresión, quién sabe-):


de pequeña
imaginaba este momento como un final
/
y no es que no lo sea
/

lo es

pero parsimoniosamente y sin estruendo

con esa suave dilución de la acuarela

unos jirones de barrilete que se destiñen entre los restos de un aguacero

un fuego que se asfixia
menguando sin aliento
/
repentino fantasma
/

hay una brecha entre esos dos instantes que sólo yo soy capaz de percibir

tal vez en ella exista mi único secreto frente al mundo

mi única porción de soledad verdadera

/
esa revancha
/

comienzo a odiar el invierno
esta crudeza inútil
las oquedades de corteza en la esterilidad de cada árbol

/
recuento
/
la luz tan tibia

la calidez embriagadora de aquel remoto atardecer

ese consuelo a deshora

cuando ya no lo esperas

/
y un manojo de pensamientos ajenos que
sorpresivamente
se acoplan a los tuyos

como un regalo inesperado
bendito
que te devuelve sana y salva a este lugar de siempre

/
la tierra compartida

/
la realidad
intacta
.

* * *

Upd del upd: lo increíble es que los finales nunca son.

...hasta que son.
(Pero entonces ya no se pueden contar.)





Memorial de septiembre


He empezado a escribirte esta carta tantas veces durante la memoria, que ahora apenas si me resulta interesante. Casi podría preguntarme por qué razón aún irías a dedicarle unos minutos. Tú sabes: desde hace rato, comprendimos que deberíamos prescindir uno del otro. Y sin embargo (podría jurar que ha suspirado la niebla de la tarde). Y sin embargo.
Ya ves (me apunto), así de ha de ser que ocurre con los viejos amores enjuagados de tinta.
Me han dado ganas de contarte algunas cosas, pero no sé por qué, siempre termino varada al margen de las palabras. Habito en una casa clausurada, tanto por dentro como por fuera. Como una cárcel. (Como un lenguaje...) Como unas ganas sin transcripción posible al código binario.
Lo que no sabes de mí es que aún consigo escabullirme de puntitas en los sueños ajenos. He robado un puñado de esferas de cristal: en cada una, se está muriendo por asfixia un arcoiris. El resto del espacio, aún lo reparto deshaciendo una madeja indivisible: la de los días sin rumbo. Para ir al sitio donde quisiera estar, aún me hace falta cuajar la noche de lunares y caballitos de mar fosforescentes.
Sigo tomando clases de baile, porque aún no encuentro un ruido que silencie el desangrarse torpe del minutero en mis muñecas mejor que el repicar de unos tacones rojos.
Sigo viviendo en un país en donde el frío es una religión central, fuente de toda la conciencia del mal, de toda eternidad y toda hoguera.
Ya te he mostrado con qué figuras compuse mi baraja de diario: once mil vírgenes alucinadas, esquirlas de serafines desollados, ángeles que entran en los conventos del recuerdo engalanados con su arcabuz metálico.
Estudio con seriedad y altura muchas historias virtualmente inservibles, como las mil y un formas de dibujar la luna sobre papel de calcos, o el origen de la cruz en las monedas. Siempre hay quien me detiene con un timbre inaudible cuando entro en una sala con paredes de piedra. Durante todo el pegajoso resto, repito estas ideas incomprensibles: espectro, paquetes accionarios, tumor, estupidez, cansancio. Sigo creyendo que Nijinsky era realmente Dios, principalmente porque jamás lo puso en duda. Sigo esperando que nos hurtemos un proyector, y en noches de verano, hagamos aparecer en cualquier plaza fantasmas de cine mudo que nos enseñen a reír en blanco y negro.
Me gustaría, como en lejanas inflorescencias, ganar el tiempo en prolongadas conversaciones, pero lo cierto es que hoy por hoy, ya no me encuentro capaz de recordar cómo se hacía. A veces necesito que vengan a buscarme, y a veces necesito que apaguen los reflectores y dejen que la noche se pronuncie finalmente.
Me alegra, de todos modos, que estés allí, y hayas llegado hasta el final de estas palabras.
Ya no se me parecen: se alejan irremediablemente de mí misma en el instante en que termino de dibujarlas. Sin embargo, aún me entusiasma la incertidumbre de que tal vez podríamos encontrarnos, como yo misma me encuentro hacia el pasado, algunas raras veces, dentro de alguna de ellas.
No estoy segura de ser capaz de creer que aún es posible.
No estoy segura de ser capaz de creer que nada de esto ha sido cierto.