Memorial de septiembre


He empezado a escribirte esta carta tantas veces durante la memoria, que ahora apenas si me resulta interesante. Casi podría preguntarme por qué razón aún irías a dedicarle unos minutos. Tú sabes: desde hace rato, comprendimos que deberíamos prescindir uno del otro. Y sin embargo (podría jurar que ha suspirado la niebla de la tarde). Y sin embargo.
Ya ves (me apunto), así de ha de ser que ocurre con los viejos amores enjuagados de tinta.
Me han dado ganas de contarte algunas cosas, pero no sé por qué, siempre termino varada al margen de las palabras. Habito en una casa clausurada, tanto por dentro como por fuera. Como una cárcel. (Como un lenguaje...) Como unas ganas sin transcripción posible al código binario.
Lo que no sabes de mí es que aún consigo escabullirme de puntitas en los sueños ajenos. He robado un puñado de esferas de cristal: en cada una, se está muriendo por asfixia un arcoiris. El resto del espacio, aún lo reparto deshaciendo una madeja indivisible: la de los días sin rumbo. Para ir al sitio donde quisiera estar, aún me hace falta cuajar la noche de lunares y caballitos de mar fosforescentes.
Sigo tomando clases de baile, porque aún no encuentro un ruido que silencie el desangrarse torpe del minutero en mis muñecas mejor que el repicar de unos tacones rojos.
Sigo viviendo en un país en donde el frío es una religión central, fuente de toda la conciencia del mal, de toda eternidad y toda hoguera.
Ya te he mostrado con qué figuras compuse mi baraja de diario: once mil vírgenes alucinadas, esquirlas de serafines desollados, ángeles que entran en los conventos del recuerdo engalanados con su arcabuz metálico.
Estudio con seriedad y altura muchas historias virtualmente inservibles, como las mil y un formas de dibujar la luna sobre papel de calcos, o el origen de la cruz en las monedas. Siempre hay quien me detiene con un timbre inaudible cuando entro en una sala con paredes de piedra. Durante todo el pegajoso resto, repito estas ideas incomprensibles: espectro, paquetes accionarios, tumor, estupidez, cansancio. Sigo creyendo que Nijinsky era realmente Dios, principalmente porque jamás lo puso en duda. Sigo esperando que nos hurtemos un proyector, y en noches de verano, hagamos aparecer en cualquier plaza fantasmas de cine mudo que nos enseñen a reír en blanco y negro.
Me gustaría, como en lejanas inflorescencias, ganar el tiempo en prolongadas conversaciones, pero lo cierto es que hoy por hoy, ya no me encuentro capaz de recordar cómo se hacía. A veces necesito que vengan a buscarme, y a veces necesito que apaguen los reflectores y dejen que la noche se pronuncie finalmente.
Me alegra, de todos modos, que estés allí, y hayas llegado hasta el final de estas palabras.
Ya no se me parecen: se alejan irremediablemente de mí misma en el instante en que termino de dibujarlas. Sin embargo, aún me entusiasma la incertidumbre de que tal vez podríamos encontrarnos, como yo misma me encuentro hacia el pasado, algunas raras veces, dentro de alguna de ellas.
No estoy segura de ser capaz de creer que aún es posible.
No estoy segura de ser capaz de creer que nada de esto ha sido cierto.


:: Si no fui yo, alguien lo dijo en mi lugar... ::