Fluoxetina


Llueve, y llueve a cántaros (agosto condenado agosto jodidamente frío y este agua, el agua, toda el agua que te inunda), y el cruce de las vías (el mundo hecho de barro), distorsionada la visión (ya has aprendido a convivir con el clonazepam que todo te lo muestra doble, filtrado por el cristal de la repetición eterna) y entras entonces a la sala (es una sala rústica y sin sillas, en la que sólo encontrarás banquetas destartaladas, una pequeña sala aislada de la lluvia torrencial que ahora ocurre -y por un rato- únicamente fuera, bastante mal calefaccionada, es una sala que te gusta, aún a pesar de su pobreza, por la extrañeza del trazado de las vetas de los enormes bloques de madera que conforman los anaqueles para libros), y eliges entre cientos, o dejas que uno de esos volúmenes te elija finalmente, por misteriosas razones que no existen en verdad (también lo sabes), y entonces lees, en un idioma ajeno y poco oracular (es una sala llena de papeles, pero ninguno de ellos está escrito en un idioma que comprendas, y aún así, a duras penas, descifras algo -o eso crees-), los mecanismos por los que grandes experiencias traumáticas producen el mismo tipo de descargas químicas en el cerebro, y dentro de algo indefinible (llamémosle cabeza) suena una melodía muy triste, porque recuerdas el final de una película que ya no volverás a ver, y todo te parece absurdo, asordinado y payasesco.
Pero no desesperes: this is a wonderful world, my friend, this is such an amazing world que ha conseguido encapsular esa felicidad faltante en comprimidos de 20 mg. Un clorhidrato para que olvides que no crees, que sabes que en esta sociedad no hay redención posible, que eres esclavo de un tiempo que te perfora desde dentro, que no compartes los mecanismos de generación de la ganancia, que quieres vomitar cada segundo en que oyes las palabras filosofía de mercado.
Sal del agujero en el que vives, mira a tu alrededor y piensa en cuánta gente se comporta como una hoja de otoño para quien suena imbécil hablar de fotosíntesis. Escúchalos llorar como corderos.
Si frente a semejante constatación, acaso se te ocurre buscar al pastor de este rebaño, felicidades.
Ya estás en condiciones de acceder al comprimido blanco anti-preguntas. Recuérdale al señor del guardapolvo que tilde el casillero de ‘tratamiento prolongado’, y presta tu conformidad en el reverso de la hoja que los seguros de salud tuvieron la deferencia de proveerte, previo timbrado y pago del arancel correspondiente para estos casos.


:: Si no fui yo, alguien lo dijo en mi lugar... ::