Si acaso lo olvido,


...recuérdame volver.



Ça va bien


Encontrarse de frente con la realidad significa descubrir su fina red tramada con sangre y suciedades, aprender que los gatos que duermen en las calles tiemblan sus pesadillas del mismo modo en que tú en sueños sufres el llanto de las aves que no vuelan, significa saber que todo es demasiado lejos, o demasiado pronto, o demasiado inútilmente cerca, y que la muerte, la muerte oh, papi, oh, papi, ven para darme pronto mi inyección de adrenalina sigue tus pasos muy de cerca, tan de cerca tan sigilosamente cerca como ese hueco de las noches por el que no caerás -deja la puerta abierta, mami, que en cualquier caso el monstruo no habita en el armario, porque me lo he cenado hace dos tardes-.
Encontrarse de frente con tu propia vida en el espejo es ser consciente del disparo, correrse en una mancha capaz de deformarla, pasar al otro lado, y al volver a estos días tomar la taza de anticoagulantes que te asegure no sufrir si pierdes demasiada noche dentro, si papi se olvida de que eres parte de una cadena torpe sin eslabones para encierro, si mami pierde tus datos del seguro, si de golpe la calle, el dolor del adoquín que te fisura el cráneo, el vestido ya rojo, la propia sed dame mi instinto de supervivencia, vida, que tengo que sobrevivir y no sé cómo, las encías mordidas, las ganas de correr sin piernas en las pesadillas, y tú que sigues sin saber por qué así empiezan todas tus preguntas todavía, y nunca habrá respuestas.

Por qué.

Por qué.