Marquita en el periódico


Ni Molly, ni Bloom, ni Dedalus
supieron nunca que yo estuve allí,
calle de por medio, bajo el aguacero
que cercenaba mis cigarrillos y mi cabeza,
la mirada fija en la ventana de ella, esperando
ver pasar su silueta o quizás esperando
no verla, sometido por las tenebrosas imágenes
que ese día de dieciocho horas el demonio
jugó a desparramar por la ciudad, ingrávidas
pero cortantes y que te dejan sin escapatoria.
Ellos no supieron de mí y nadie supo de mí
y tampoco supe yo de mí mismo, perdido
en esa insensata búsqueda comenzada
no sé dónde, quizás en los hoscos páramos
del lago Arán, sólo para escuchar su voz
una vez más, una sola. ¿Quién no ha querido
escuchar una querida voz al menos una última vez,
y que después se extinga todo, el cielo
y la tierra, y las llamas de un incendio final
lo consuman a uno para siempre y que su huella,
la huella de un pie rodeado de cenizas, se perpetúe
cien siglos en una calle triste, con deseos
sin hueso ni carne, ni ningún esplendor ni sentido?
Alguien podría perderse por allí otra noche
de otro día y quizás preguntarse el motivo de que las cosas
carezcan de explicación mientras la lluvia y un recuerdo
cercenan su cabeza y decirse, entonces, que es hora
de volver al hogar original y no ser ya más devastado
en medio de una partida final, disputada
sin nadie del otro lado de la mesa.

Willy G. Bouillon,
Dublín bajo la lluvia.






Fotograma de Las aventuras del príncipe Achmed, film de Lotte Reiniger


Como si acaso, como las ganas, como si aún fuera posible decir como decirte, como gritar, como callar a bocanadas de barro y que la noche ocurra entonces, como volverse azul de loza, encierro y terciopelo, como un murmullo con aroma a grillos en la tarde, como la lluvia espesa que te cae y riega el muro en la mitad de esta distancia absurda, como si siempre fuera el vocablo que le falta a los conjuros, como olvidar, como la pena de este viento insomne, como la sucia desazón de cada lunes.

Como si No.





La casa vacía


Fotograma de Bin-jip, film de Kim Ki-duk

Salgo de mi casa.
Mientras estoy fuera, alguien entra en mi casa vacía y se instala en ella.
Come la comida de mi frigorífico, duerme en mi cama, mira mi televisor.
Quizá porque se siente culpable, arregla mi despertador roto, lava la ropa, lo ordena todo y luego desaparece.
Como si nadie hubiera estado allí...

Un día entro en una casa vacía.
Parece que nunca haya estado nadie, así que me desnudo, me baño, preparo la comida, lavo la ropa, arreglo una báscula de baño y juego al golf en el jardín de la casa.
En la casa hay una mujer desanimada, asustada y herida, que no sale nunca y que llora.
Le muestro mi soledad. Nos entendemos sin decir ni una palabra, nos vamos sin decir ni una palabra.

Mientras elegimos una casa en que vivir, nos sentimos cada vez más libres.
En el momento en que parece que nuestra sed de libertad se ha aplacado, nos quedamos atrapados en una casa oscura.
Uno de los dos se queda en una casa hecha de nostalgia.
El otro aprende a convertirse en un fantasma para esconderse en el mundo de la nostalgia.

Ahora que soy un fantasma, ya no siento deseos de buscar una casa vacía.
Ahora me siento libre de ir a la casa en la que vive mi amada y besarla.
Nadie sabe que estoy allí.
Excepto la persona que me espera...
Siempre llega alguien para la persona que espera... Llega, seguro... hasta para la persona que espera.

Este día, alguien abrirá el candado que bloquea mi puerta y me liberará.
Confiaré ciegamente en esa persona y la seguiré a donde sea sin que me importe lo que pueda suceder, hacia un nuevo destino.

Es difícil saber si el mundo en que vivimos es sueño o realidad.

Kim Ki-duk,
agosto de 2004 en una casa vacía.